Tirma

La gran cuenca repleta de misterio todavía vive el recuerdo de los antiguos canarios. El lugar de encuentro entre cardones centenarios, relictos de que fuera un gran bosque de medianías y los pinares milenarios de Artenara.

Un paisaje transformado durante siglos por la actividad humana que, sin embargo, sigue guardando rincones donde flora y fauna ofrecen historias naturales de mucho interés. Árboles y arbustos, que sobrevivieron en paredes inaccesibles para el hombre, son los testigos del trato despiadado que se dio a los bosques de la isla.

Desde la playa del Risco hasta las cumbres del macizo de Azaenegue, cauces, laderas y riscos soportan diversos ecosistemas. Pequeños cardonales, con grandes y viejos ejemplares, se desarrollan junto a orovales y un rico elenco de especies propias de esta formación. Con ellos viven animales tan especiales como el escarabajo longicornio o el cigarrón palo, invertebrados endémicos ligados a las euforbias; el pájaro moro, que encuentra en la zona uno de sus pocos refugios y el lagarto de Gran Canaria, con machos que alcanzan tamaños propios de un reptil gigante.

Las plantaciones de coníferas exóticas y grandes manchas de jogarzos tapizan la franja que ocupaban  mocanes, laureles, peralillos, sabinas, acebuches, almácigos y palmeras, entre otros. Hoy unos pocos ejemplares subsisten en repisas y cantiles junto a salvias blancas o cabezones endémicos que dan una pista de la diversidad que debió reinar en aquel sotobosque.

En las zonas más altas de la cuenca, en torno a la crestería y en las vaguadas de la cabecera, es el pino canario quien se ha adueñado del espacio, muchos de porte anciano, incluso con nombre propio. Son ellos el alma de los pinares de Tamadaba y Azaenegue.